La Tienda de lo Esencial
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Había una vez una ciudad llena de luces brillantes y sonidos que nunca descansaban, donde la gente corría de un lado a otro, siempre con prisa, siempre ocupada. En medio de esa ciudad, vivía Alba, una joven artista que, cada día, intentaba capturar la belleza del mundo en un simple cuaderno de bocetos. Pero por más que dibujara, siempre sentía que algo le faltaba, como si el verdadero sentido de lo que hacía estuviera escondido en algún rincón que aún no encontraba.
Un día, cansada de la rutina y el ruido, Alba decidió caminar sin rumbo fijo. Se perdió entre calles estrechas y parques olvidados, y fue en una de esas esquinas desconocidas donde encontró una pequeña tienda con un letrero que decía: "Aquí solo encuentras lo esencial." Curiosa, empujó la puerta y entró. Adentro, las paredes estaban cubiertas de ilustraciones que parecían hablarle, como si cada una de ellas guardara una historia propia.
La dueña de la tienda, una mujer de rostro sereno y mirada profunda, la saludó con una sonrisa. "Aquí vendemos prendas para quienes desean recordar lo importante," le dijo. "Cada ilustración es un recordatorio de la belleza que a menudo olvidamos ver."
Alba recorrió cada rincón, tocando las telas suaves y observando los dibujos minimalistas que, de alguna manera, parecían tener vida. Uno mostraba un par de manos sosteniendo un rayo de luz; otro, un ojo que miraba directo al alma. Fascinada, tomó una sudadera en sus manos y le preguntó a la mujer qué significaba el dibujo de la prenda.
"Es una invitación," respondió la dueña. "A vivir despacio, a recordar que no necesitas mucho para ser feliz. Solo necesitas lo esencial: una prenda cómoda, un día soleado, una taza de té. Todo lo demás son detalles."
Alba salió de la tienda con la sudadera puesta, sintiéndose extrañamente ligera, como si el mundo de repente tuviera un poco más de sentido. Y así, cada vez que la usaba, se encontraba recordando esos momentos simples y bellos de su día: el primer rayo de sol, el canto de un pájaro, el sonido de la lluvia.
Desde entonces, Alba nunca dejó de regresar a esa tienda. Comprendió que cada prenda que adquiría no solo era ropa; era una pequeña historia, una promesa de llevar consigo solo lo esencial y dejar atrás el ruido.